Estoy comenzando a temer que somos un país patético. En 195 años de historia no hemos podido construir una institucionalidad que nos haga un país sólido y confiable; sobrevivimos casi por arte de magia. La planificación esta fuera de nuestras fronteras. Ejemplo: los municipios y gobernaciones comienzan a pedir recursos económicos justo cuando está acabando la cuarentena; debieron haberlo hecho antes con la idea de apuntalar infraestructura y personal médico. Hacerlo ahora será para atender, sobre todo, angurrias personales enquistadas hace tiempo en estos espacios.

En estas condiciones, seguir soportando a la clase política del país y sus desatinos en la formación del orden jurídico, político, económico y social, es definitivamente insostenible. La culpa no es ni siquiera de orden ideológico, es de clase. Todos los que forman la clase política nacional, con algunas honrosas excepciones, han demostrado niveles de inoperancia rayando en lo patético. Los niveles de reflexión sobre el manejo de la cosa pública parece arte de villanos improvisados con resultados que no tienen nada que ver con el hilvanamiento necesario para la construcción de una institucionalidad democrática que nos sustente.

El papel de las instituciones en torno a la democracia es errático. No tenemos un armazón estatal que proyecte país en esta dirección. La Constitución Política del Estado es una reedición de normas obesas que no han logrado en tantos años tener un esqueleto estatal que dinamice nuestras potencialidades y reconduzca nuestras falencias. La educación ha creado deficientes lecturas, y la clase política alrededor de este ordenamiento jurídico, político y social; ha sido generalmente ineficiente y magistralmente corrupta.

No podemos seguir en estas condiciones. No merecemos tener más gobiernos de lo mismo. Debemos exigir un cambio que comience por la transformación de nuestra institucionalidad democrática de manera sistemática pero sin pausa. Los proyectos societales son, al final, producto de la evolución de lo hombres y sus instituciones. Nuestro derecho ciudadano es exigirlo.

Antes del MAS, la idea-país fue absorbida por una clase política inoperante y en crisis que la atomizó; durante el gobierno del MAS, el despliegue de la angurria de poder y la corrupción, la subsidiarizaron; ahora, estamos ante un retorno de la clase política tradicional que parece decidida a arrasar con todos los fondos públicos en lo que ya se siente como la transición más larga de la historia. El COVID-19 ha agudizado la inoperancia, la corrupción y ha visibilizado la carencia monstruosa de institucionalidad.

En este contexto, deberíamos arrancar por cambiar la CPE, no reformándola como ha sido la tendencia hasta ahora. El cambio debe pasar, entonces, por tener instituciones que faciliten el cambio, el desarrollo, y la gestión. Somos un país tan “tranca” que le  ponemos reparos hasta a la propia pandemia, solo por llevar “hasta las últimas consecuencias” los caprichos de líderes enrarecidos por el poder.

Sugiero, como desde hace tiempo, incorporar a la CPE la figura del Consejo de Estado como ente constructor de orden y ciudadanía y que a partir de esta instancia, supragubernamental, los bolivianos comencemos a generar políticas públicas consensuadas y coherentes con el perfil y los intereses de Bolivia.

Que, a partir de esta figura, los bolivianos nos acostumbremos a planificar, a respetar un orden económico, político y social en función de país y dejar el derrotero de la anarquía, la improvisación y los intereses particulares que están minando lo poco que queda de país.

Preparar al país para lo que viene después del COVID-19 será tarea de gigantes; nunca más de improvisados y ladrones de las arcas públicas. Su fuerte impacto sobre la economía será tan o más grande que la letalidad del virus, de manera que en un contexto de bajo crecimiento, pérdida de empleos, desigualdad, vulnerabilidad, inoperancia y corrupción; el debilitamiento del país puede ser cosa de meses. Si no somos capaces de construir un orden-país; el escenario que nos espera será dantesco. El desafío ya no puede ser confiado a la deteriorada clase política, debe ser un desafío ciudadano de conjunto. Ojalá que pudiéramos estar a la altura de los acontecimientos.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC