Voy a concentrarme en la basura. En esa basura que está insoportablemente dispersa en las calles de Santa Cruz de la Sierra. Alguna de está inmundicia está toda maltrecha en algunos basureros cansados de soportar desechos propios y ajenos, a la espera de que pase el carro basurero que a veces llega y otras veces desaparece, sin mayor aviso que su ausencia. Son desechos inservibles y nadie los quiere cerca; ya sea porque se pusieron viejos y gastados; ya sea porque tienen mal olor o porque su presencia es tan dañina y perversa que hay que hacerlos desaparecer con urgencia diligente.
Sin embargo, tendremos que convenir en que la mayor inmundicia no está en los basureros sino en las calles y en las avenidas ligeramente alejadas del bullicio de la ciudad más dinámica del país que, sin decreto supremo de por medio, se han convertido en “basureros a cielo abierto”. El cuarto anillo es, a no dudarlo, uno de estos sitios de desecho público que ostenta la basura ciudadana en todo su drama.
Cuando uno pasa por este lugar a más de cien kilómetros por hora-que es lo usual-, no se percata de la basura acumulada a los costados de esta larga y transitada avenida que es también el preciado cordón ecológico de la ciudad. Sin embargo, si vamos lento y vemos con detenimiento, encontraremos el basurero más largo y complejo del país: ahí habita no solo la mugre y todo tipo de desechos humanos; también habitan los “restos vivos” de personas excluidas por el Estado, por el mercado, y por su propia negligencia: entre perros y basurales infestados duermen; boca abajo o con la cara desafiando los cielos, seguros de que están en el infierno.
Toda esta desgracia humana es un tema de gerencia pública. La basura, por su parte, no sólo afea la ciudad, también contamina de manera implacable y silenciosa a los que la habitamos, pero, a nadie parece importarle: si la bazofia está lejos de mis entornos, el resto no interesa y, si no lo advierte la ciudadanía, tampoco es un tema de Estado. El gobierno municipal, el gobierno que en teoría es la instancia más próxima al ciudadano; se explaya generalmente en fiestas públicas de beneficencia, andanzas extrañas y gestiones irrelevantes. Ergo, la basura crece más que los árboles y a nadie le extraña.
El establecer una estrategia de comunicación pública sobre el manejo y gestión de la basura, debía ser parte importante de toda propuesta de gobierno municipal, y es el tema menos relevante de su agenda: las calles, plazas y avenidas están para contarlo, la basura existe frente a la ausencia del gobierno municipal. Este es un drama de gestión pública, pero es también un déficit en los principios de la gente: cuando en mi casa algo anda mal y lo ignoro y no hago nada por cambiarlo, yo también estoy fallando y no es cuestión de echarle la culpa solamente al empedrado, ¿verdad? La alcaldía acaba de informar que activará un plan de limpieza de microbasurales pero, ¿qué hará con los grandes basurales? y ¿será esta una iniciativa de largo aliento?
Entretanto, caballos cadavéricos, jalando carretas miserables con trastos y basurales más grandes que su propio tamaño, hacen lo que debería hacer la alcaldía y cada uno de los ciudadanos: recoger y gestionar adecuadamente la basura. Ellos, los caballos, disponen los desechos en las calles y avenidas, “a lo que les da el cuero”, pues cada día mueren un poco más al compás del látigo de sus amos; bajo el sol y el viento inclementes o la lluvia que les golpea violentamente el lomo, junto a los autos veloces que amedrentan sus sentidos sin misericordia. Una ciudad que crece de esta manera, no puede decir que está creciendo. Este es un tema de todos, pero, es un problema fundamental de la alcaldía.
FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC