Dice, la teoría, y en muchos casos no se equivoca, que los medios masivos de información son fundamentales para todo proceso eleccionario. Son fundamentales sobre todo porque visibilizan propuestas y, generalmente, veleidades y, sobre todo, enconos, acusaciones, desesperación, certezas e incertidumbres; en pocas palabras, desvisten a los candidatos ya sea de manera grosera o elegante. En cualesquiera de estos casos, los medios tratan de arrancar sentido y “exponer” al candidato a partir de sus aciertos, desaciertos y desencantos, si es que los tuvieran, ambos.
En un tiempo cuando la situación política de varios países de América Latina está signada, precisamente, por el desencanto; vale la pena, antes de ahondar más en el papel de los medios, mirar un poco esta especie de espíritu de nuestro tiempo porque es el contexto donde ocurren los hechos, para mal o para bien. En ese escenario de desilusión, los medios también existen como parte del malestar y, a veces, lo personifican tan bien que son “per se” un desencanto. Eso somos, muchas veces, y habrá que reconocerlo con hidalguía.
Vivimos un espacio y un tiempo postmoderno de decepción de la modernidad que propuso, para todos, un bienestar generalizado que no llegó y que probablemente nunca llegue y, entonces, surge la desazón y la crítica a todo el tiempo de la modernidad que no pudo ser y buscamos que todas estas desazones se conviertan, parafraseando a Norbert Lechner, en una “reinterpretación de los anhelos” de la modernidad. Pero, siento que el proceso electoral no es ni siquiera eso. En el mejor de los casos, alcanza y con algunas excepciones, la condición de retórica pura; tristemente pobre y desordenada.
Con todo, volvamos ahora a los medios y particularmente a la televisión que nos alcanza el espectáculo de esta retórica electoral en este clima o espíritu postmoderno, generalmente acompañado de un marcado compromiso con la frivolidad: bustos parlantes con guión memorizado de antemano, con voz de tenores o sopranos gauchos que, afanados en la forma, son incapaces de reinterpretar las respuestas de los candidatos; y, por otro lado, candidatos sin ni siquiera guiones o con retazos de improvisación, en base a la experiencia o inexperiencia acumulada, a título de programa.
En estas condiciones, el resultado es dantesco. Lo que quiere decir que no son sólo los medios los fundamentales en un proceso eleccionario sino y por supuesto los candidatos; su visión, su estructura y su temple. Es indispensable un candidato impecable a la hora de armar su discurso, en base a una visión de país que enamore no por la retórica sino por la seriedad de sus planteamientos; y, es indispensable, por supuesto, tener periodistas consustanciados con lo que preguntan para que el momento de la entrevista no sea un duelo de ruidos inservibles.
La entrevista no es básicamente agresión, es reflexión. No debe ser ataque artero y la posibilidad de hacerle pisar el palito al candidato como un logro del productor o consueta que dicta las preguntas al busto parlante. Los votantes buscamos; probablemente desesperadamente, medios que nos ayuden a pensar sobre la realidad nacional y global, a partir del escenario electoral; no buscamos, por lo menos en lo personal, asistir a un circo romano salpicado de sangre.
Matar civilmente a las personas y descalificarlas, groseramente además, no debería ser el rol fundamental de los medios ni de los que circunstancialmente ofician de periodistas aunque no lo sean. Hacer una abstracción de principios como de contenidos, puede remitirnos a una dramática “caja vacía”, en una región y en un país como Bolivia, naturalmente frágiles para absorber posibilidades de desarrollo y desafíos centrales en un tiempo de crisis global.
FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC