Dicen que el poder hace que las personas se muestren como efectivamente son. Es decir, sin maquillaje.
Por tanto, serán buenas si son naturalmente buenas y lo contrario si son malas. Pienso que ocurre exactamente lo mismo cuando estamos en una situación difícil, de crisis o de miedo. En esas situaciones, aflora la esencia de las personas, nada más que eso y nada más real que eso.
En estos días de coronavirus algunos bolivianos mostraron ser dramáticamente ignorantes, solventemente egoístas e innecesariamente crueles con las personas que estarían o que están infectadas; negándoles, con histeria incorporada, la posibilidad de ser asistidas en centros médicos donde algunos galenos y personal de enfermería también se negaron a recibirlos. Ergo, esta pandemia está sacando lo peor de nosotros, de nosotros que nos queremos tanto.
Si vamos por partes, habrá que decir que el coronavirus ha penetrado nuestra psiquis, la política, la economía y nuestros hábitos simples y complejos y nos tiene desarticulados, en un país insolvente en materia de planificación y disciplina. Sin embargo, y mirando el lado bueno de esta pandemia, habrá que reconocer que nos está dando la oportunidad de enfrentar desafíos concretos como poner a prueba los sistemas de salud; los escasos protocolos para proteger a personas vulnerables, de manera prioritaria; pero, sobre todo, nos está permitiendo mirarnos a nosotros mismos.
En una especie de reconcentración de lo que somos y hacia donde vamos, debemos probar la eficacia de los gobernantes, de los políticos y de los ciudadanos en general. En países como Bolivia, estos retos pueden terminar en tragedia si la gestión política se aplaza. Esto quiere decir que será mortal si continuamos reciclando la mediocridad, la ineficiencia, la ignorancia, el miedo y por supuesto la desinformación. Por tanto, es el tiempo de actuar a tiempo, con inteligencia y promover la educación, liderazgos informados, junto a una disciplina colectiva que nos permita entender que lo prioritario ahora es neutralizar la viralidad, acaso más que la atención de casos de coronavirus.
Obviamente que esto no pasa por descuidar la infraestructura necesaria en salud para asistir a la población y quitar el miedo y la incertidumbre ante la eventualidad de estar contagiados. No hay duda de que el coronavirus se ha convertido en un estado de inflexión complejo a nivel global. Para algunos, se trataría de una ficción, o de un virus surgido por consecuencia directa de los desquicios del hombre sobre la tierra que, paradójicamente, nos estaría permitiendo mirar el planeta y a los seres humanos con mayor atención.
Sea como fuere, ya es parte de nuestros días y habrá que convivir con esta realidad que acaba de poner al mundo de cabeza mientras en Bolivia una parte está histérica, otra continua indiferente y la mayoría no ha terminado de percatarse de su existencia. Al momento de cerrar este artículo la presidente ha comunicado unas cuantas medidas de orden que deberán ser replicadas a partir de una eficiente política de información pública y comunicación educativa. Al parecer, la idea es la prevención como medida indispensable y evitar el colapso del precario sistema sanitario en el país. Me parece una ruta adecuada, ojalá podamos transitarla de manera correcta aunque probablemente las medidas preventivas deberían ser más rigurosas al inicio para que duren menos.
Finalmente, insistir en que debe ser una medida de Estado evitar la especulación y el vaciamiento de artículos de primera necesidad en este tipo de pandemias como ser el alcohol y productos de limpieza. Esto ayudará a superar momentos de miedo real, de inseguridad y vulnerabilidad que estamos viviendo como algo indiscutible. La obligación del Estado, a través del gobierno, es revertir integralmente esta situación sin perder la racionalidad: de la salud de la colectividad depende la salud individual.
FUENTE: EL DÍAAUTORA: VESNA MARINKOVIC