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Las guerras comerciales de la CODEPENDENCIA (*)

 

Stephen S. Roach (**)


EDICIÓN 65 | SEPTIEMBRE 2018

 

La codependencia en las relaciones personales nunca termina bien. Y a juzgar por la escalada creciente de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, lo mismo se aplica a las relaciones económicas.



Aunque en 2014 publiqué un libro sobre la relación económica de codependencia entre Estados Unidos y China, sería el primero en admitir que generalizar nociones de psicología humana para aplicarlas al estudio de la conducta de las economías nacionales es un abuso. Sin embargo, mientras las dos economías más grandes del mundo se hunden en un conflicto cada vez más peligroso, las semejanzas son sorprendentes, y el pronóstico todavía más elocuente.

En su definición más básica, la codependencia es uno de los extremos de la dinámica de relaciones, en el que las dos partes extraen más la una de la otra que de sus propias fortalezas interiores. No es una condición estable. Conforme crece la importancia del aporte de la otra parte y, por consiguiente, disminuye la autoconfianza, la codependencia se profundiza. La relación se vuelve sumamente reactiva, frágil y cada vez más tensa. Invariablemente, una de las partes llega a un límite y busca otra fuente de sostén, con lo que la otra parte se siente despechada y queda sumida en la negación, en la culpabilización y en definitiva en un fuerte deseo de tomar venganza.

Estados Unidos y China han tenido claros motivos para la codependencia económica por muchos años. A punto de colapsar a fines de los setenta, como consecuencia de las convulsiones acumuladas del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural de Mao, China recurrió a Estados Unidos en busca de apoyo externo para la estrategia de “reforma y apertura” de Deng Xiaoping. En tanto, Estados Unidos, entonces atrapado en la estanflación, estaba ansioso de nuevas soluciones para el crecimiento, y las importaciones de productos baratos chinos fueron el antídoto para la restricción del ingreso de los consumidores estadounidenses.

 

Estados Unidos y China necesitan economías innovadoras, cada una por motivos propios…




Estados Unidos también empezó a usar con liberalidad la enorme reserva de ahorro excedente de China para financiarse (una solución conveniente para el país con mayor déficit de ahorro del mundo). Nacida de la inocencia, esta dependencia bidireccional floreció y se convirtió en un matrimonio de conveniencia aparentemente feliz.

Lástima que no era una relación amorosa. Sesgos y resentimientos profundamente arraigados –el “siglo de humillación” de China tras las Guerras del Opio decimonónicas y la incapacidad estadounidense para ponerse en otro lugar al evaluar la amenaza ideológica planteada por un estado socialista como China– mantuvieron por mucho tiempo una desconfianza latente que sentó las bases para el conflicto actual. Como podría predecirse según el ejemplo de la patología humana de la codependencia, en algún momento los miembros de la pareja tomaron caminos separados.

China fue el primero de los dos países que inició el cambio, embarcándose en un rebalanceo económico para transformar la base de su modelo de crecimiento: de la demanda externa a la interna, de las exportaciones y la inversión al consumo privado. Aunque el proceso tuvo sus vaivenes, el resultado final ya es indudable, como evidencia el paso del exceso de ahorro a la absorción de ahorro. Tras llegar a un máximo de 52,3% en 2008, la tasa bruta de ahorro interno de China se redujo aproximadamente siete puntos porcentuales, y es de prever que seguirá cayendo en los años venideros, conforme China vaya fortaleciendo su deficiente red de seguridad social y alentando a las familias chinas a reducir el ahorro precautorio.

En tanto, una explosión del comercio electrónico en una economía cada vez más digitalizada (es decir, independiente del efectivo) está creando una poderosa plataforma para los nuevos consumidores de clase media chinos. Y un elemento central de la estrategia de China a largo plazo es el paso de la importación de innovaciones a su generación local, para evitar la “trampa de los ingresos medios” y para lograr la condición de gran potencia en 2050, según los objetivos centenarios del presidente Xi Jinping para la “nueva era”.

Lo mismo que en la patología humana de la codependencia, los cambios en China generan cada vez más malestar para Estados Unidos, que difícilmente pueda tomar con entusiasmo el giro chino en relación con el ahorro. En momentos en que su déficit de ahorro empeora como consecuencia de las inoportunas rebajas de impuestos del año pasado, Estados Unidos se volverá más dependiente de países con exceso de ahorro como China para cubrir la diferencia. Pero el paso de China a la absorción de ahorro resta margen a esa opción.

Además, la naciente dinámica china de crecimiento basado en el consumo es impresionante por donde se la mire, pero los límites al acceso a los mercados impidieron a las empresas estadounidenses capturar lo que consideran sería una cuota de mercado justa en la potencial bonanza. Y hay por supuesto una enorme controversia en torno del cambio en materia de innovación (que bien puede ser el motivo de la actual guerra de aranceles).

Cualquiera sea la fuente, ya está a la vista la fase de conflicto de la codependencia. China está cambiando (o al menos intenta hacerlo), pero Estados Unidos no. Estados Unidos sigue atrapado en la obsoleta mentalidad de un país con déficit de ahorro y enormes déficits comerciales multilaterales, con necesidad de acceso irrestricto al excedente global de ahorro para sostener el crecimiento económico. Visto en términos de codependencia, Estados Unidos se siente despechado por su antes sumisa compañera; y como era de prever, está tomando revancha.

Lo que nos lleva a la pregunta candente: ¿terminará el conflicto comercial sinoestadounidense en una resolución pacífica o en un divorcio en malos términos? Es posible que la respuesta haya que buscarla en las enseñanzas de la conducta humana. En vez de reaccionar con culpabilización, despecho y desconfianza, ambos países necesitan concentrarse en reconstruir sus propias fortalezas económicas desde adentro. Eso demandará concesiones de las dos partes, no sólo en el frente comercial, sino también en las estrategias económicas centrales de ambas naciones.

La cuestión más contenciosa es, sin duda, el dilema de la innovación. En la fase de conflicto de la codependencia, esta cuestión ha quedado enmarcada como una batalla de suma cero: el gobierno de Trump presenta el robo de propiedad intelectual del que acusa a China como una amenaza existencial al futuro económico de Estados Unidos. Pero vistos como un síntoma clásico de codependencia, son temores exagerados.

Es verdad que la innovación es la esencia de la prosperidad sostenida de cualquier país. Pero no es necesario plantear la cuestión como una batalla de suma cero. China necesita pasar de la importación de innovaciones a su generación local para evitar la trampa de los ingresos medios, un importante obstáculo al que se enfrenta la mayoría de las economías en desarrollo. Estados Unidos necesita reconcentrarse en la innovación para superar otra preocupante desaceleración de la productividad que puede llevar a un estancamiento corrosivo.

Puede que los conflictos comerciales de la codependencia se reduzcan a eso. Estados Unidos y China necesitan economías innovadoras, cada una por motivos propios (expresado en términos de codependencia, para su propio crecimiento personal). Transformar un conflicto de codependencia con suma cero en una relación de interdependencia mutuamente ventajosa con suma positiva es el único modo de poner fin a esta guerra económica antes de que se convierta en algo mucho peor.

 

“…la innovación es la esencia de la prosperidad sostenida de cualquier país”




(*) https://www.project-syndicate.org/commentary/trade-war-sino-american-codependency-by-stephen-s--roach-2018-09/spanish  

(**) Ex presidente de Morgan Stanley Asia y economista jefe de la firma, es investigador principal del Jackson Institute of Global Affairs de la Universidad de Yale y profesor principal en Yale’s School of Management. Él es el autor de Unbalanced: The Codependency of America y China.



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